Ejercicio físico, una herramienta contra el cáncer de mama que debe alejarse de la charlatanería y aplicar las nuevas evidencias

Figura 1. “The Night” de Michele di Rodolfo del Ghirlandaio [1].

Hace millones de años, en los albores del universo, Apolo, patrón de las artes musicales, así como Dios de la Salud y la Enfermedad, fue martirizado carnalmente por Afrodita, Diosa del amor y de tan excelso poder que ni el más ínfimo ser podía escapar a sus designios. La poderosa Diosa, hastiada de que el ególatra Apolo no se enamorase de nadie, decidió tomar la justicia por su mano subyugando al insolente Dios para que adoleciese de amor por Corónide, una princesa tesalia tan bella que incluso las rosas, agonizantes de envidia, morían a su paso. Apolo, aojado e incapaz de soportar tal condena amorosa decidió acabar con su tormento poniendo en juego toda su galantería, gracias a la cual, tras variopintos requiebros consiguió finalmente conquistar a la princesa. Pasado unos años y, fruto del romance de Dios y mortal nació un niño, Asclepio, un pequeño que tras una infancia nefanda acabó siéndole encomendado al Centauro Quirón, quien se ocupó de su educación, tal y como ya hizo en otra ocasión con el mismísimo Aquiles, el mejor de los griegos. Así, tras pasar años bajo la instrucción de Quirón, Asclepio aprendió todo lo referente a las artes curativas, llegando a alcanzar tan magnificente pericia en medicina que Zeus, temeroso de que el más allá quedase despoblado de almas, hubo de darle muerte con uno de sus rayos. De esta suerte, el mundo quedó desamparado, pues no solo había perecido Asclepio, sino que además, tal acto provocó la ira del padre, Apolo, quien en retaliación por la muerte de su hijo causó epidemias y enfermedades por todo el orbe, las cuales acompañaron a la humanidad desde el inicio de su existencia.


Ora por los Dioses, ora por circunstancias biológicas, multitud de enfermedades contemporáneas han estado junto al ser humano desde el principio de los tiempos. Infortunadamente, una de las patologías que ha acompañado al hombre desde sus primeros pasos ha sido el cáncer de mama, una afección que según el Instituto Nacional de Estadística dejó 18,27 defunciones por cada 100.000 habitantes en el año 2018 [2]. Existe, empero la concepción popular de que el cáncer de mama es una enfermedad del hombre moderno [3]; craso error, pues solo basta dar un vistazo a los retales del pasado para vislumbrar vestigios de la enfermedad. Dicho lo anterior, cabe señalar que ya en época renacentista pueden hallarse representaciones pictóricas como “The Night” de Michele di Rodolfo del Ghirlandaio o “The Allegory of Fortitude” de Maso da San Friano en las cuales puede contemplarse a féminas que padecen cáncer de mama [1]. Además, si se sigue pisando el acelerador del tiempo puede arribarse hasta el Antiguo Egipto, lugar del que proviene el Papiro de Edwin Smith, un documento con referencias explícitas al cáncer de mama y que, grosso modo, data del año 3.000 a.C. [4]. Por último, si se avanza un poco más allá en el tiempo, ya no es factible encontrar tumores humanos en tejidos blandos como las mamas, pues el tiempo va borrando sus huellas; no obstante, lo que sí es hallable son osteosarcomas en tejidos duros como el óseo en ancestros humanos con una antigüedad de 1,7 millones de años [3], lo cual lleva a pensar que el cáncer es tan antiguo como la raza humana [4]. Y es que, como dijo Siddhartha Mukherjee: "La civilización no causó el cáncer, sino que, al extender la expectativa de vida humana, lo descubrió".


Este aumento de la esperanza de vida es un hecho que se ha producido paulatinamente [5], en parte, gracias al progreso médico [6], el cual permitió pasar de la sanación a la medicina. Reflejo de ello puede ser el cáncer de mama y otros cánceres en general, una enfermedad que desde Hipócrates, pasando por su sucesor romano más fiel, Galeno y, hasta llegar a la Edad Media fue atribuida a un desequilibrio en los humores [1]. Concretamente, se argumentaba que el desequilibro humoral se producía por un aumento de bilis negra, evento el cual se intentaba remediar mediante la aplicación de procesos sanatorios que conjugaban una mezcla de folklore local, herbología y dogmas religiosos [1], [4]. Hay que remontarse al renacimiento para dejar atrás la sanación y poder observar avances médicos de mayor enjundia como, por ejemplo, la realización de disecciones y dibujos anatómicos detallados [1], actos que junto con la popularización en el siglo XIX de la asepsia y anestesia, impulsó las cirugías [7]. Todos ellos supusieron grandes avances; no obstante, quizás los progresos más importantes para tratar el cáncer se produjeron en el siglo XX con la radioterapia, fruto del descubrimiento de los rayos X y del Radio [7] y con la quimioterapia, gracias al hallazgo del uso de las mostazas nitrogenadas para tratar linfomas y de los antagonista del ácido fólico para la leucemia [8], [9].


Como ha podido contemplarse por lo anteriormente expresado, en el pasado, la gran mayoría de progresos para abordar el cáncer de mama, entre otros tipos de cánceres, surgen a raíz de la investigación médica. Sin embargo, en la actualidad esto parece estar cambiado, pues si bien es cierto que la medicina sigue jugando un papel preponderante en el desarrollo de tratamientos más eficaces, eficientes y seguros, también ha de mencionarse que, el surgimiento de otras nuevas ciencias con gran auge investigador está aportando nuevos saberes que pueden ayudar en el abordaje de la enfermedad. Entre estas nuevas ciencias que mencionamos, aunque pudieran mencionarse varias, una de las que ha desarrollado un mayor cuerpo de investigaciones científicas en relación con el cáncer y, más concretamente, con el cáncer de mama, han sido las Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, una rama de conocimientos relativamente reciente pero que en los últimos años ha evidenciado su vital importancia como herramienta asistencial en el tratamiento de esta enfermedad [10].


Como resultado de este auge investigador en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte se ha evidenciado, en los últimos años, cómo la realización de un programa de entrenamiento puede aportar múltiples beneficios a las personas que padecen cáncer de mama [11]. Estos beneficios que el entrenamiento puede aportar están orientados hacia la paliación de los efectos secundarios causados por los tratamientos médicos administrados [10]. Entre estos efectos secundarios que puede mitigar el entrenamiento se encuentra uno de los más comunes y perjudiciales para el paciente: la disminución del rendimiento físico a nivel muscular, una disminución que se presenta, entre otros factores, como consecuencia derivada de los daños causados por las intervenciones médicas sobre la musculatura [10]. Esta pérdida de rendimiento físico a nivel muscular en pacientes de cáncer de mama se manifiesta primordialmente por la incapacidad de generar fuerza, hecho que deriva en la conocida como fatiga muscular temprana o, lo que es lo mismo, en la disminución involuntaria e inevitable de la fuerza aplicada que el paciente puede producir tras someterse a los tratamientos médicos [10], [12]. Todo ello provoca en el paciente una pérdida de autonomía, ya que un menor rendimiento físico a nivel muscular, es decir, menos fuerza y más fatiga, implica una mayor dependencia de terceras personas, pues el paciente experimentará una mayor incapacidad para realizar con normalidad tareas de la vida cotidiana, disfunciones a nivel muscular, mayor riesgo de caídas, etcétera [13]. Finalmente, esta concatenación de eventos desembocará de manera irrefrenable en una disminución de la calidad de vida del paciente [13].


Concretamente, en este caso que nos atañe, este importante efecto secundario expresado en el párrafo anterior puede ser atenuado mediante la realización de un programa de entrenamiento, pues aunque desgraciadamente el ejercicio físico no puede sanar la enfermedad de cáncer de mama, lo que si puede hacer es mitigar los efectos de los tratamientos médicos, lo cual deriva en una mejor calidad de vida del paciente. Específicamente, cuando un paciente de cáncer de mama se somete a un programa de entrenamiento, lo que ocurre es que el rendimiento físico a nivel muscular, estimado normalmente como fuerza en Newtons, no se ve deteriorado o, al menos, no se ve deteriorado en demasía [14]. Esta paliación de la depleción del rendimiento físico a nivel muscular conlleva a que la cualidad de fuerza no se deteriore y, por tanto, a que no se produzca fatiga muscular temprana, eventos que evitarán una pérdida de autonomía del paciente, así como, su dependencia y, en última instancia, una disminución de la calidad de vida.


Hasta lo aquí narrado, pudiera pensarse que esto de aplicar un programa de entrenamiento a personas que padecen cáncer de mama puede ser poco menos que la panacea. Empero, como puede ir deduciéndose, no es oro todo lo que reluce ni plata todo lo que brilla, o dicho de forma más clara, no todo lo que rodea al mundo del entrenamiento en relación con el cáncer de mama es bueno en su totalidad. Y es que, en esta dupla que conforman el entrenamiento y el cáncer de mama podemos encontrar diferentes sesgos y falacias, o dicho descortésmente, simple y llanas mentiras. Así, por ejemplo, entre las añagazas más sonadas en este dueto podemos encontrar la típica expresión: “el entrenamiento previene el cáncer”, una declaración que únicamente lo que hace es jugar con la desesperanza de las personas, pues evidentemente, esta afirmación es poco menos que una chifladura ya que el entrenamiento no posee la capacidad de prevenir ninguna enfermedad. Y es que, ha de saberse que el término “prevenir” según la RAE es sinónimo de evitar y, lamentablemente, el entrenamiento no puede evitar el padecimiento de enfermedades. Ahora bien, otra cosa diametralmente opuesta es que el entrenamiento, al igual que otros factores, pueda disminuir el riesgo de padecer ciertas patologías a nivel poblacional. En decir, una cosa es prevenir, sinónimo de evitar por completo las posibilidades de sufrir cáncer y, otra cosa muy distinta es disminuir riesgos, sinónimo de reducir la probabilidad de padecer cáncer.


Figura 2. Titular web fraudulento que incita a la ciudadanía a pensar que practicar deporte previene el cáncer.

Asimismo, otro de los planteamientos que se interponen en el par entrenamiento y cáncer de mama es: “el ejercicio es un medicamento”, una metáfora en principio bienintencionada pero que con el paso del tiempo ha sido distorsionada, pues hay quien hace creer a las personas que pueden tratar sus patologías sola y exclusivamente con entrenamiento físico. Actualmente, desde diversos sectores se está imponiendo una tendencia “entrenocentrista” de la salud, en la cual parece que el entrenamiento es un “previenelotodo”, así como, un “curalotodo”, olvidándose que el entrenamiento ni previene ni posee capacidad para curar o devolver la salud al enfermo por sí solo, pues el ejercicio es una herramienta asistencial de la cual la medicina puede ayudarse para tratar patologías, pero no un tratamiento principal de enfermedades. Por supuesto esta metáfora, cuando deja de tratarse como metáfora, no solo es éticamente inmoral sino que además desde su más intrínseco significado es absurda, pues si se consulta el diccionario de la Real Academia Española puede verse que “medicamento” hace referencia a sustancia, mientras que “ejercicio” hace referencia a “acción”. Además, esta analogía conllevaría a que todo aquello que aportase beneficios a las personas sería tratado como medicamento; por ejemplo, determinados alimentos serían medicamentos, porque claro, la vitamina C de una naranja puede erradicar la presencia de escorbuto entre la población [15].


Figura 3. Titular web fraudulento que incita a la ciudadanía a pensar que el deporte cura el cáncer.

Igualmente, otra de estas argucias existentes es atribuir propiedades mágico-místico-milagrosas a determinados deportes o modalidades deportivas. Por ejemplo, puede verse como en los últimos años se ha puesto de moda argumentar que practicar yoga, tai-chi o tiro con arco, entre otros, posee grandes beneficios para los pacientes de cáncer de mama. Indudablemente, estas afirmaciones se hallan rebosantes de razonamientos falaces y sesgados, pues realmente lo que proyecta beneficios al paciente no es un determinado deporte o modalidad deportiva sino lo que subyace a cualquier práctica deportiva, dicho en dos palabras: “el entrenamiento”. Es muy poco honrado opacar los beneficios del entrenamiento bajo el monopolio exclusivo de unos deportes o modalidades deportivas en concreto, pues lo realmente importante y fundamental es entrenar, ora en un campo de atletismo, ora en un gimnasio, ora sea donde sea. Por supuesto, ha de recordarse que actualmente tanto yoga como tai-chi están consideradas por el Ministerio de Sanidad como prácticas de dudosa legalidad en diversos ámbitos [16]. El tiro con arco no, por ahora…


Simultáneamente, otro de los problemas que se encuentra el dúo entrenamiento y cáncer de mama es el inmovilismo ideológico, o lo que es lo mismo, la resistencia a aplicar la nuevas evidencias científicas disponibles, algo ya recurrente también en otras ciencias [17]. Y es que, actualmente existen nuevas metodologías de entrenamiento que no se ponen en uso, como, por ejemplo, el control, programación y evaluación del entrenamiento de fuerza mediante la velocidad de ejecución, una metodología que puede aplicarse con un simple móvil y que, de emplearse en pacientes con cáncer de mama, podría aportar una disminución de la incertidumbre en el proceso de entrenamiento. No obstante, lejos de ponerse esta metodología en marcha hay que decir lamentablemente que todavía hay artículos científicos en los que se somete a pacientes de cáncer de mama a realizar tests de 1 Repetición Máxima, prueba donde a los sujetos se les obliga a coger el máximo peso posible en un determinado ejercicio, una práctica que implica grandes riesgos para el paciente [18]. Igualmente todavía hay que decir, por desgracia, que aún existen artículos científicos que “investigan” los efectos del entrenamiento sobre pacientes de cáncer de mama utilizando programaciones de entrenamiento no solo basadas en la medición de 1 Repetición Máxima, sino también en la adjudicación de un determinado número de repeticiones para todos los sujetos [18], cuando realmente hacer el mismo número de repeticiones en una misma serie y ante una misma carga relativa (% 1 Repetición Máxima) no significa que los sujetos estén entrenando con el mismo carácter del esfuerzo, pues es sabido que ante una misma carga relativa, el número de repeticiones que puede ser realizado en una serie por cada sujeto es diferente.


En conclusión, existe una rama científica llamada Ciencias del Deporte que por su naturaleza es capaz de aportar múltiples beneficios a los pacientes de cáncer de mama. Sin embargo, esta ciencia, al igual que otra muchas, en los últimos años se ha visto rodeada de una espiral de planteamientos falaces y sesgados, así como de un inmovilismo profesional. Todo ello hace que el fino velo que separa a ciencia y magia se desgarre, lo cual produce aquello denominado como la “cienciamística”, es decir, una ciencia nacida del cretinismo que lo único que hace es crear incertidumbre en el ciudadano para volverle ignorante y, en consecuencia, tener más facilidades para venderle un producto o servicio, normalmente fraudulento. De esta forma, claro está, es mucho más sencillo que los peces piquen en el cebo, sobre todo aquellos que al nacer no tuvieron la suerte de caer en un bonito código postal y que, consecuentemente, no gozaron del nivel económico necesario para poder formarse académicamente. Confiemos en que las tres hijas que Asclepio nos dejó antes de morir, Higía (saludable), Panacea (que todo lo cura) y Yasó (curación), nos alumbren el camino a la cordura.


Este artículo ha sido redactado por Miguel Ángel Puch Garduño, Graduado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Máster en Rendimiento Físico-Deportivo, Doctorando en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y Colaborador-Honorario en el Departamento de Deporte e informática en la Universidad Pablo de Olavide. Asimismo, es coautor del Proyecto Divulgativo ¡No Todo es Ciencia! donde se divulgan informaciones científica sobre Ciencias de la Salud.

Referencias bibliográficas:


[1]         R. Bianucci, A. Perciaccante, P. Charlier, O. Appenzeller, y D. Lippi, «Earliest evidence of malignant breast cancer in Renaissance paintings», Lancet Oncol., vol. 19, n.o 2, pp. 166-167, feb. 2018, doi: 10.1016/S1470-2045(18)30035-4.


[2]         «Tasas estandarizadas de mortalidad por causa de muerte (causas más frecuentes de cada grupo de edad), sexo, nivel de estudio y edad. 25 y más años.», INE. https://www.ine.es/jaxi/Datos.htm?path=/t15/p417/a2018/&file=04002a.px#!tabs-tabla (accedido feb. 12, 2021).


[3]         E. J. Odes et al., «Earliest hominin cancer: 1.7-million-year-old osteosarcoma from Swartkrans Cave, South Africa», South Afr. J. Sci., vol. 112, n.o 7/8, Art. n.o 7/8, jul. 2016, doi: 10.17159/sajs.2016/20150471.


[4]         S. I. Hajdu, «A note from history: Landmarks in history of cancer, part 1», Cancer, vol. 117, n.o 5, pp. 1097-1102, 2011, doi: https://doi.org/10.1002/cncr.25553.


[5]         «Evolución de la esperanza de vida a edades avanzadas por periodo y sexo. Brecha de género. España.», INE. https://www.ine.es/jaxi/Datos.htm?path=/t00/mujeres_hombres/tablas_1/&file=d01006.px#!tabs-tabla (accedido feb. 18, 2021).


[6]         «La esperanza de vida ha aumentado en 5 años desde el año 2000, pero persisten las desigualdades sanitarias». https://www.who.int/es/news/item/19-05-2016-life-expectancy-increased-by-5-years-since-2000-but-health-inequalities-persist (accedido feb. 18, 2021).


[7]         S. I. Hajdu, «A note from history: Landmarks in history of cancer, part 4», Cancer, vol. 118, n.o 20, pp. 4914-4928, 2012, doi: https://doi.org/10.1002/cncr.27509.


[8]         S. I. Hajdu y M. Vadmal, «A note from history: Landmarks in history of cancer, Part 6», Cancer, vol. 119, n.o 23, pp. 4058-4082, 2013, doi: https://doi.org/10.1002/cncr.28319.


[9]         V. T. DeVita y E. Chu, «A history of cancer chemotherapy», Cancer Res., vol. 68, n.o 21, pp. 8643-8653, nov. 2008, doi: 10.1158/0008-5472.CAN-07-6611.


[10]       O. Klassen et al., «Muscle strength in breast cancer patients receiving different treatment regimes», J. Cachexia Sarcopenia Muscle, vol. 8, n.o 2, pp. 305-316, abr. 2017, doi: 10.1002/jcsm.12165.


[11]       A. Johnsson, I. Demmelmaier, K. Sjövall, P. Wagner, H. Olsson, y Å. B. Tornberg, «A single exercise session improves side-effects of chemotherapy in women with breast cancer: an observational study», BMC Cancer, vol. 19, n.o 1, p. 1073, nov. 2019, doi: 10.1186/s12885-019-6310-0.


[12]       R. M. Enoka y D. G. Stuart, «Neurobiology of muscle fatigue», J. Appl. Physiol. Bethesda Md 1985, vol. 72, n.o 5, pp. 1631-1648, may 1992, doi: 10.1152/jappl.1992.72.5.1631.


[13]       C. Beaudart, S. Gillain, J. Petermans, J. Y. Reginster, y O. Bruyère, «[Sarcopenia: what’s new in 2014]», Rev. Med. Liege, vol. 69, n.o 5-6, pp. 251-257, jun. 2014.


[14]       S. Mijwel et al., «Highly favorable physiological responses to concurrent resistance and high-intensity interval training during chemotherapy: the OptiTrain breast cancer trial», Breast Cancer Res. Treat., vol. 169, n.o 1, pp. 93-103, may 2018, doi: 10.1007/s10549-018-4663-8.


[15]       A. Bhatt, «Evolution of Clinical Research: A History Before and Beyond James Lind», Perspect. Clin. Res., vol. 1, n.o 1, pp. 6-10, 2010.


[16]       «Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social - Gabinete de Prensa - Notas de Prensa». https://www.mscbs.gob.es/gabinete/notasPrensa.do?id=4527 (accedido feb. 22, 2021).


[17]       V. van Someren, «Changing Clinical Practice in the Light of the Evidence: Two Contrasting Stories from Perinatology», en Getting Research Findings Into Practice, John Wiley & Sons, Ltd, 2002, pp. 77-85.


[18]       K. Bloomquist et al., «Heavy-load resistance exercise during chemotherapy in physically inactive breast cancer survivors at risk for lymphedema: a randomized trial», Acta Oncol. Stockh. Swed., vol. 58, n.o 12, pp. 1667-1675, dic. 2019, doi: 10.1080/0284186X.2019.1643916.

 



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