Tic-tac, tic-tac…, ya se va acercando inexorablemente, como cada año, una de las fiestas más populares a nivel mundial. Sí, esa misma fiesta que a menos que uno se vaya al desierto, al fondo de los océanos o lo destierre el mismísimo Zeus al Tártaro, está condenado a celebrar. O, esa misma en la que en pocos días de diferencia hay que decir, Feliz Navidad, Feliz Año y Felices Reyes, aunque ya nadie crea ni siquiera en ninguno de los dos componentes de los sintagmas anteriores. Sí, la Navidad. Una fiesta cristiana celebrada por millones de personas a lo largo y ancho de todo el orbe, pero que, a pesar de ello, ve como año tras año se le despoja lenta y paulatinamente de lo más importante: su significado primigenio. Y es que, con el devenir de los años, la Navidad por diversas cuestiones posee un mismo significante, pero va cambiando su significado, pues ha pasado de venerar el nacimiento de un hombre muy sabio a transfigurarse en la aberrante veneración del consumismo por excelencia, o lo que es mismo, se ha transformado en un simple abandonarse a la excitación del consumo desenfrenado. Por tanto, si la Navidad alguna vez fue una fiesta cristiana que celebraba el nacimiento de una persona, ya no es nada de eso ni por asomo. Ahora es una especia de fiesta “pseudonavideña” sometida a los vaivenes de los hábitos consumistas que muchas personas celebran de forma normativa porque sí, porque toca, actuando tal cual lo dice el dicho: “como Vicente, pa´ onde´ va la gente”.
Este monumento al consumismo en el cual se ha convertido la fiesta de la Navidad atiende fundamentalmente al auge mercantil que se viene produciendo de forma constante desde hace décadas. Por supuesto, este incremento del mercantilismo que a su vez propicia una cultura consumista no proviene de la nada, sino que viene propiciado por un sector industrial que cada año busca alargar más esta fiesta del consumo desenfrenado mediante el empleo de estrategias “marketinianas” especialmente agresivas. Y es que, si hace 20 años en España el último viernes de noviembre era simplemente eso, ahora el último viernes de noviembre recibe la denominación anglicista de “Black Friday”, un viernes negro y, nunca mejor dicho, que da el pistoletazo de salida a las compras navideñas. Y la cosa no queda aquí, sino que el siguiente lunes al “Black Friday” ya no se llama lunes, sino “Cyber Monday”. Es más que evidente que las diferentes industrias, ya sean textiles, tecnológicas, automovilística, o de cualquier otra índole, han inoculado de forma sutil y paulatina en la sociedad la idea de que hay que gastar dinero en las fiestas navideñas, para no dejar a nadie sin regalos y así, mostrar afecto. Porque claro, todo el mundo sabe que hacer regalos en navidad es sinónimo de certificar amor único y verdadero hacia los hijos, parejas, madres, padres, entre otros y, no hacerlo, significa todo lo contrario. Por eso, podemos estar seguros de que unos padres españoles económicamente pudientes quieren más a sus hijos que unos padres saharauis sin recursos. En definitiva, si hace años la Navidad era una fiesta que podía celebrar casi cualquier persona, pues era poco más que estar reunidos en familia el día 25 de diciembre y lo más importante era aquello que no se podía comprar, ahora no lo es, porque actualmente para “disfrutar” de esta nueva “pseudonavidad” se necesita dinero en un mundo donde, según datos de la Organización de Naciones Unidas y el Banco Mundial, más de 700 millones de personas o el 10 % de la población mundial aún viven en situación de extrema pobreza, con dificultades para satisfacer las necesidades más básicas, como la salud, la educación y el acceso a agua y saneamiento, por nombrar algunas.
Por supuesto, para conseguir elevar el consumo medio de la población, la industria utiliza estrategias a través de las cuales construye y moldea el comportamiento de los consumidores. Es por ello por lo que las empresas saben perfectamente como funciona nuestra fisiología del pensamiento y, en consecuencia, emplean diferentes estrategias para que asociemos “las Felices Navidades” con regalos, fiestas, colores, luces y un sin fin de cosas alegres. Sin embargo, aquí no acaba la cosa, pues esta es bastante más intrincada de lo que puede parecer. Y es que, la publicidad navideña va destinada en un gran porcentaje a los más indefensos, los niños. Es por ello, por lo que entre otras cosas la industria siempre ha intentado imponer esa frase de: “La Navidad es la fiesta de los niños”, algo bastante surrealista, pues si se piensa solo un instante quizás no sea tal que así. Quizás la que hoy se considera por antonomasia como la fiesta de los niños no está concebida para que los niños jueguen, sino para que sus padres gasten. Y claro, hoy en día, a menos que tengas un jardín como el de Epicuro, comprar regalos a los niños es algo casi inevitable para cualquier padre, pues la industria ha realizado muy bien su trabajo. Y no solo la industria, sino la fuerte presión de la borreguil sociedad contemporánea, aquella que estigmatiza como “rarito” a todo aquel que se sale del rebaño y no contribuye a celebrar la “pseudonavidad”. Y es que, ¿quiénes serán los padres que manden a su hijo el primer día de cole sin un juguete nuevo? ¿cuánto tiempo tardarán las personas de su entorno en comenzar la crítica social hacia esos padres?
Sin embargo, aunque haya que ceder a la compra de regalos, si trazamos buenas estrategias el despilfarro económico puede ser paliado. Y no solo esto, sino que además podemos sacar provecho de la situación para encender el interruptor del pensamiento crítico (7) de los niños, algo que nunca está de más en un mundo que piensa por ellos, un mundo donde parece haber un consenso tácito para que no se piense. Para ello, los padres deberán posicionarse en el lugar del niño para tomar conciencia de que, durante el periodo navideño, este se verá expuesto a una ingente cantidad de estímulos externos que van a desencadenar las sensaciones de necesidad, querencia y apetencia. Es decir, la industria incita a los más pequeños a querer y desear juguetes con los que seguramente van a jugar, de manera excepcional, el día de Reyes. Ni un solo día más. Por ello, la industria puede compararse con el mito griego del “lecho de Procusto”, el cual narra la truculenta historia de un posadero gigantesco de fuerza descomunal llamado Procusto, hijo de Poseidón. Al parecer, el hijo del Dios de los mares tenía una manía enfermiza en la que debía encajar a la perfección a todos sus huéspedes en las camas de su posada. Por ello, quienes no se ajustaban a las medidas exactas de las camas, bien porque su estatura era mayor o, bien porque su estatura era inferior, debían de pasar por un proceso angustioso. Así, aquel huésped que era demasiado alto para la cama, Procusto le serraba las extremidades que sobresalían, mientras que, si el desdichado era de estatura más pequeña, Procusto lo estiraba hasta descoyuntar sus extremidades. De esta manera, después de serrar o descoyuntar las extremidades de todos los huéspedes, estos se ajustaban perfectamente a la cama de la posada y podían estar más confortables. Pues bien, la tarea que realiza la industria publicitaria es similar a la que realiza Procusto: moldea el comportamiento, en este caso de los niños, para que estos encajen perfectamente en los productos que quieren vender. Tan brutal es la publicidad que llega a los niños, que estos ven mermada su capacidad de decisión ante los llamativos anuncios, hasta el punto de no saber cuáles son los juguetes que verdaderamente les gustan. Es por todo ello por lo que, el niño necesita una estrella de oriente que le guíe en el proceso de seleccionar los juguetes que deberá de encargar a los reyes magos, un papel que ejercerán los padres en la mayor parte de los casos.
Así, lo más adecuado sería que, mucho antes de que los niños visualizaran el catálogo de juguetes (7), el cual los va a condicionar de manera inmediata, los padres hayan trabajado previamente con el niño para que este aprenda a identificar sus gustos y necesidades. Si el niño guiado por sus padres aprende precisamente a identificar qué le gusta y qué necesita, el catálogo de los juguetes no desencadenará el deseo o la necesidad, o al menos no tan fácilmente. Para guiar al niño en la identificación real de sus gustos, no hay mejor camino que la pregunta que desencadena la reflexión, la cual a su vez nos lleva al pensamiento y la revisión crítica. Por ejemplo, antes de ver los catálogos de juguetes podemos preguntar al niño: ¿qué tipo de juguetes son los que te gustan más?, ¿a qué juguetes le das más uso?, ¿qué juguetes ya hemos tenido y no hemos usado? ¿qué otras cosas necesitamos que nos puedan ayudar a aprender? Todo ello hará que el niño sea capaz de realizar un simple pero honesto y eficaz ejercicio de introspección sobre lo que realmente le gusta y necesita. Evidentemente, las preguntas reflexivas que guían al niño deberán estar orientadas por la edad. De esta forma, si los niños son muy pequeños, las preguntas pueden contemplar también opciones de respuesta que puedan servirle de ayuda en el proceso de identificación, siempre de una manera laxa y dejando espacio a la reflexión, sin imponer nuestras opiniones, pues lo importante es enseñar a los niños cómo pensar y no qué pensar.
Si nos limitamos a que los niños revisen el catálogo de juguetes una y otra vez sin haber realizado previamente una tarea de reflexión, el niño se verá expuesto continuamente a los mensajes de la industria, los cuales no harán otra cosa que inducirle cierta atracción hacia los muchos juguetes que en este aparecen, aunque entre sí no guarden relación alguna. De esta manera, tarde o temprano se desencadenará en el niño aquello de "es que me gustan todos". Y es aquí donde comienzan los problemas, pues ante esta situación de apetencia serán los padres los que tendrán que indicar al niño un máximo en forma de número, o bien, en forma de límite económico. Aunque esta situación pueda parecer beneficiosa a ojos de muchos padres porque piensan que su hijo comenzará un proceso de reflexión (tiene que decidir qué juguetes quiere y cuáles no quiere), lo cierto es que este tipo de situaciones lo que desencadenará será una fuerte frustración por no poder tenerlo todo. Por tanto, lejos de parecerse a un ejercicio de madurez, esta situación de apetencia desata en el niño un proceso de insatisfacción y malestar porque ya sabe que tendrá que elegir entre varias cosas que les gustan y desechar otras.
En cualquier caso, la idea es que ante el bombardeo consumista que mediante escaparates y mensajes publicitarios busca desencadenar el impacto, el deseo y la necesidad, sean los padres lo que incentiven al niño a pulsar el interruptor del pensamiento crítico, el cual le ayudará a reflexionar sobre lo que realmente quiere. Aprovechemos una situación a todas luces desfavorable, la "pseudonavidad", para fomentar el pensamiento crítico y reflexivo de los niños. Hagamos aquello que llamamos mitridatismo, es decir, exponer a las personas a dosis pequeñas de una sustancia para que con el tiempo la persona sea inmune a dosis mayores de la misma. Es decir, démosle al niño pequeñas píldoras de pensamiento crítico para que en su adultez esté preparado para el mundo.
Todo en todo, lo que debemos de buscar en nuestros pequeños es que aprendan a encender el interruptor del pensamiento crítico para evitar que la industria genere el deseo y la necesidad constante, pues como decía Schopenhauer, si los deseos nunca cesan, la satisfacción nunca llega y la vida se convierte en un sufrimiento perpetuo. No dejemos que la “pseudonavidad” se vaya la muy sinvergüenza con los bolsillos hasta arriba de nuestros ahorros, dejando más boquetes, dolores y cuestas que alegrías y regalos de corazón. Seamos como Teseo, aquel héroe que empleando su astucia y picaresca acabó derrotando a Procusto y, por tanto, derrocando la tiranía impuesta durante tantos años.
Este artículo fue publicado en la Revista Naukas el 28 de noviembre de 2020: https://naukas.com/2020/11/28/como-estimular-el-pensamiento-critico-de-un-nino-utilizando-el-catalogo-de-juguetes-de-los-reyes-magos/
Este artículo ha sido redactado por María José López Barrio, Graduada en Psicología con mención en Psicología de la Salud e Intervención en Trastornos Mentales y del Comportamiento por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en colaboración con Miguel Ángel Puch Garduño, Graduado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Máster en Rendimiento Físico y Deportivo, ambas titulaciones obtenidas por la Universidad Pablo de Olavide, y Doctorando en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Actualmente, son autores del Proyecto Divulgativo ¡No Todo es Ciencia! donde colaboran conjuntamente divulgando información científica sobre Ciencias de la Salud.
Referencias bibliográficas:
1. Banco Mundial. (2020). Pobreza: panorama general. Recuperado de: https://www.bancomundial.org/es/topic/poverty/overview
2. Gentile, Douglas A. (2015). What Is a Good Skeptic to Do? The Case for Skepticism in the Media Violence Discussion». Perspectives on Psychological Science: A Journal of the Association for Psychological Science 10(5):674-76.
3. Gilbert, Daniel T. (1991). How mental systems believe. American Psychologist 46(2):107-19.
4. Lazer, David M. J., Matthew A. Baum, Yochai Benkler, Adam J. Berinsky, Kelly M. Greenhill, Filippo Menczer, Miriam J. Metzger, Brendan Nyhan, Gordon Pennycook, David Rothschild, Michael Schudson, Steven A. Sloman, Cass R. Sunstein, Emily A. Thorson, Duncan J. Watts, y Jonathan L. Zittrain. (2018). The Science of Fake News. Science (New York, N.Y.) 359(6380):1094-96.
5. Naciones Unidas. (2020). Pobreza – desarrollo sostenible. Recuperado de: https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/poverty/
6. Normand, Matthew P. (2008). Science, Skepticism, and Applied Behavior Analysis. Behavior Analysis in Practice 1(2):42-49.
7. Ruiz, José Carlos. (2018). El arte de pensar. Córdoba, España: Almuzara.
8. Smith, Rachel, Bridget Kelly, Heather Yeatman, y Emma Boyland. (2019). Food Marketing Influences Children’s Attitudes, Preferences and Consumption: A Systematic Critical Review. Nutrients 11(4). doi: 10.3390/nu11040875.